Finalmente he visto la película española más taquillera, la que ha llenado las salas cinematográficas en los últimos meses y la que ha hecho reír a millones de personas en este país. Confieso que la película tiene una espléndida factura, algo habitual en las películas de Emilio Martínez Lázaro; unos actores muy solventes y que resuelven muy bien sus personajes, en especial Dani Rovira; un guión de Borja Cobeaga y Diego San José que hace comedia de los grandes problemas sociopolíticos de este país, sin duda su mejor acierto. Pero... Pero debo ser marciano: no me ha gustado ni me he reído. Está claro que soy de otro planeta al no seguir las preferencias de la mayoría de ciudadanos que la han visto. Me pasa a menudo. No quiero hacer una lectura moral ni sociocultural ni mucho menos generacional de la película. Tampoco la voy a comparar con otros éxitos populares del cine español de hace cincuenta años, como he escuchado a más de uno. Sólo quiero hacer un par de reflexiones/opiniones muy personales sin entrar en otras disquisiciones, que las hay y muchas. Me centro en la película.
Me alegro mucho del éxito de Ocho apellidos vascos . Deberíamos tener muchas películas españolas capaces de llenar las salas cinematográficas como lo ha hecho esta producción, lo que no exime para que dé mi opinión personal como espectador. Dejo el contenido para otra ocasión.
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