Acaba de finalizar la 43 edición de la Fira del Llibre de València con unos buenísimos datos. Las ventas se han incrementado un 15% en relación al año anterior, lo que ha supuesto un volumen superior a 800.000 euros. Un éxito tremendamente halagüeño, sobretodo si consideramos los nefastos tiempos que corren.
A pesar del incremento de las ventas, los valencianos leemos muy poco. Datos mandan. Según la encuesta de hábitos de lectura de los españoles 2011, realizada por la Federación de Gremios de Editores de España, sólo el 56’5% de los valencianos mayores de 14 años lee en su tiempo libre, un porcentaje que está un punto y medio por debajo de la media nacional (57’9%) y casi catorce puntos por debajo de la Comunidad de Madrid (70,2%), la comunidad autónoma con más lectores. El número de libros leídos es para tirarse de los pelos: 10’3 libros al año por lector español.
Si no se lee un libro al mes, menos se compra un libro cada cuatro semanas. Ya me contareis si con estos promedios anuales se puede mantener el sector del libro. Ya sé que están los datos de la feria del libro. Pero una buena feria le soluciona un mes al librero, no un año.
Debemos cambiar esta actitud ante el libro. La lectura es fundamental para la instrucción y la educación. Es importante para la autonomía cognitiva. Es una herramienta básica para el desarrollo de la personalidad y un instrumento fundamental de capacitación. Sin lectura no se crean hábitos de reflexión ni de análisis. Urgen, por tanto, campañas de animación lectora, ayudas a la edición, ayudas a las bibliotecas, ayudas a las librerías, a la escritura, a las escuelas... En definitiva, urge acercar el libro a la sociedad. Sólo así estaremos más preparados y seremos más competitivos en este mercado de la vida en el que nos toca trapichear cada día.
Corren malos tiempos para tales urgencias, soy consciente. Son tiempos en los que se salva a la banca con los recortes presupuestarios en sanidad y educación. Una vergüenza ¿Para qué sirven las leyes del libro y la lectura? ¿Para qué sirve declarar a la lectura como un bien cultural fundamental que hay preservar y promover? ¿Para qué sirve hablar del libro como bien económico? Los recortes presupuestarios actuales son de tal magnitud que asesinan impunemente a autores, ilustradores, editores y libreros. Pero hay una forma de evitar esta masacre actuando con rapidez y economia de medios. Se debe prohibir la lectura. Así lo dijo la escritora y académica de la lengua Carme Riera a su paso por la Fira del Llibre de València. Una boutade políticamente incorrecta, como toda las boutades, que llama a la reflexión. Si se prohibiese la lectura, aumentaría la lectura entre la población porque nos sentiríamos atraídos por lo prohibido. Tendriamos espectaculares descargas de adrenalina leyendo a escondidas. Entraríamos incesantemente en las trastiendas de los comercios para adquirir ejemplares. Los impresores trabajarían sin descanso en subterráneos infectos para poder abastecer a una población hambrienta de lectura clandestina. Iríamos a los cementerios de los libros olvidados de Carlos Ruiz Zafón para conseguir obras que memorizar como en la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451. Hago mías las palabras de Carme Riera e insto a que se prohíba la lectura. Sería una espléndida medida: al gobierno le saldría barata y se activaría un sector económico; nosotros seríamos menos manipulables leyendo en el abismo. Tal vez así, desde la clandestinidad, nos organizaríamos para no dejarnos pisotear. Lástima que sólo sea una boutade. Digo.
Publicado en 360gradospress
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