Fue la noticia de la semana pasada: el expresidente de Caja Madrid encarcelado. Era el primer banquero que entraba en prisión en veinte años. Todo un paradigma, a priori ejemplarizante, para una sociedad desprotegida, humillada y cabreada, que ha visto en la desastrosa administración de ciertos banqueros la causa de muchos de los males que padece.
La estancia de Miguel Blesa en la cárcel madrileña de Soto del Real ha sido breve, sólo una noche, el tiempo suficiente para conseguir los 2'5 millones de euros que le impuso el juez como fianza, calderilla comparada con la indemnización que cobró de Caja Madrid y la comisión que supuestamente se embolsó por la compra del City National Bank de Florida, que le ha llevado a dormir en el talego. El juez Elpidio-José Silva ha visto en la actuación de Blesa indicios racionales de responsabilidad criminal, con posible delito societario de administración desleal, incluso de apropiación indebida, y falsedad documental. Vamos, un pleno al diez.
Actualmente tenemos nueve procesos judiciales abiertos que afectan a nueve entidades financieras y a más de cien banqueros. Blesa ha sido el primero en pasar por un centro penitenciario, aunque podría no ser el único. Independientemente de las acusaciones concretas, todos sabemos que la cosa tiene mucho más calado. La banca, y en especial las cajas de ahorros, se metieron de cabeza en el negocio del ladrillo asumiendo riegos que excedían todo lo excedible. Cuando a las adminsitraciones autonómicas ya no les llegaba para pagar sus excesos con los impuestos recaudados, las cajas de ahorro pusieron en las manos agujereadas de los gobiernos autonómicos dinero cantante y sonante, créditos inauditos, mientras que a los clientes de a pie nos aplicaban prácticas abusivas, operaciones turbias y, en algunos casos, fraudulentas. Para que el engranaje funcionara, los políticos se lanzaron al control de estas entidades poniendo al frente de las mismas a sus amigotes, que las han administrado de manera irresponsable, estando secundados por consejos serviles plagados de ignorantes que han seguido al dictado los intereses de la mano que les daba de comer, mientras algunos dirigentes empresariales les bailaban el agua, los mismos que ahora hacen chistes de Blesa o de José Luis Olivas. Y lo más dramático: todo se ha hecho en las narices de unos impositores que han visto como se evaporaban sus ahorros de toda la vida y perdían sus casas en un plis plas. Encima aún salen iluminados como José Ignacio Goirigolzarri, el presidente de Bankia, que se atreve a decir que los ciudadanos de a pie debemos dar las gracias por el rescate de la banca.
¿Se asumirán responsabilidades de una puñetera vez? Me lo pregunto constantemente y trato de buscar respuestas en un soliloquio cargado de anhelos: necesitamos civismo y responsabilidad. Necesitamos creer en la justicia. Pero no hay que confudir la justicia con las ganas de condenar. Justicia es seguir un proceso transparente y justo, y quién sea culpable que pague. Esperanzado en que algún día no muy lejano alguien tendrá la valentía de asumir responsabilidades, aprovecho la hora de siesta para releer El banquero anarquista de Fernando Pessoa. Seguro que encuentro entre sus páginas alguna explicación plausible.
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