Leo en El País algo que ya conocía, pero que me indigna: el boom inmobiliario de la Iglesia Católica. Una reforma de la ley Hipotecaria en 1998, durante el Gobierno de José María Aznar, permitió liberalizar el suelo y abrir un resquicio legal a la Iglesia para que registrara a su nombre más de 4.500 propiedades entre templos, ermitas, casas parroquiales, cementerios y fincas de todo tipo en nuestro país, entre ellas la Mezquita de Córdoba por el módico precio de 30 euros, no fuera que el Islam la reclamara. Algunas de estas propiedades se vendieron posteriormente cobrando las respectivas plusvalías sin rendir cuentas ni a Dios, y nunca mejor dicho.
Me quedo perplejo por cómo se ha hecho y quiénes lo han hecho, y me viene a la memoria el Encomion Moriae de mi querido Erasmo cuando habla del gran mercado de la Iglesia en el siglo XVI. Quinientos años después seguimos permitiéndole los mismos abusos morales y materiales. Lo honroso y lo oneroso, todo de una. El plan funciona: cuando la cosa se pone fea en lo material, el clero apunta al respetable con cañones de verborrea y se lanzan unas cuantas bombas de complejo de culpa a los genitales. Todo arreglado, y hasta la próxima. Excusas de mal pagador. Servidor, como otros muchos creyentes y no creyentes, piensa como Erasmo: Concedo Nullo. Una cosa son las creencias, y éstas son honorables siempre que respeten la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y otra bien distintas los abusos clericales. Estos últimos son de este mundo y se deben de regir por las leyes mundanas. Menos preocuparse del alpiste del periquito y más pasar por caja.
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