El pasado 2 de junio, desde su columna de opinión de El País, Almudena Grandes criticaba a los famosos de la televisión que, de un tiempo a esta parte, vienen encabezando las listas de los libros más vendidos. La autora de El corazón helado instaba a los lectores a no dejarse seducir por tales personajes a la hora de elegir un título en la Feria del Libro de Madrid, que se inauguraba por aquellos días, y les aconsejaba optar por la literatura, por autores que se jugaban la vida en lo que escriben, según sus propias palabras. Las reacciones a tales opiniones no se hicieron esperar. Los nuevos autores televisivos arremetieron contra la escritora desde sus respectivos programas y redes sociales; después vinieron los corifeos de ambas partes, que haberlos haylos.
Me ha sorprendido que Almudena Grandes cargase así contra estos autores superventas, conociendo como debe de conocer el negocio editorial y sus estrategias de mercado. La ortodoxia es peligrosa, más cuando se arrojan piedras alardeando de estar limpio de pecado. Cuando una autora de éxito como ella lanza diatribas de este calibre sobre acciones de marketing editorial, esto del purismo literario y los autores que se juegan la vida suena un poco farisaico. Puedo entender en parte las razones de Almudena Grandes, pero las comparaciones son peligrosas porque puedes acabar siendo objeto comparado y una víctima del efecto bumerán.
Los autores, las editoriales y los libreros quieren vender. Ya lo tienen muy difícil con el descenso de consumo, el IVA, las leyes de Wert y la piratería. Si no vendiesen, no podrían mantener sus empresas y el libro moriría. Un libro de éxito eleva las ventas, hace nuevos lectores y permite lanzar otros títulos con menos rentabilidad. No entro en la calidad literaria de Jorge Javier Vázquez, Máxim Huerta, Frank Cuesta o Mercedes Milá, pero ellos han sido los motores de venta en la Feria del Libro de Madrid 2013, igual que lo fue el 2012 la propia Almudena Grandes con El lector de Julio Verne, el libro más vendido durante aquella edición.
Más allá de la inconveniencia de la opinión origen de la polémica, de su sectarismo o no, o de la demagogia que se desprende de las declaraciones de los personajes televisivos, la cosa tiene más alcance y no está alejada, lo digo sin ambages, de la lucha de clases: cultos frente a incultos; ricos frente a pobres; élites frente a subalternos; progresistas frente a reaccionarios... Todo ello nos lleva a reflexionar sobre la cultura, sobre productores y consumidores de cultura, sobre el concepto burgués de cultura, sobre la cultura de masas ¿Qué es ser culto en un mundo de suplementos culturales como el de hoy? ¿Qué diferencia hay entre un suplemento cultural y el folleto de las ofertas de pescadería de una cadena de supermercados? ¿Por qué debemos leer a este o aquel autor que publica en aquella editorial y se le niega el pan y el agua a este otro de una minúscula editorial que no puede ser promocionado en un suplemento cultural? Como indica el editor Constantino Bértolo en una más que recomendable entrevista publicada en la revista Diario Kafka, "la transformación de los suplementos culturales en "revistas del corazón cultura" es uno de esos fenómenos mediante las cuales se está reflejado la reconversión de la cultura en espectáculo, en manual del buen consumidor, Hoy ser culto al fin y al cabo es eso: saber qué es lo que hay que consumir en cada momento u ocasión: qué leer, qué comprar, qué sentir, qué gusto tener". Este año toca este libro y este disco, y que les den al resto. Si encima es un libro en catalán, euskera o gallego el que tiene que vérselas con un libro en castellano de una editorial importante, peor que peor. Guy Debord y su sociedad del espectáculo siguen siendo actualidad.
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