Descubrí a Erri De Luca hace más de diez años, cuando apareció en nuestro país Tú, mío. La novela había llegado avalada por su éxito en Italia lo que, sin duda, animó a Mario Muchnik a su publicación en español. Aquella historia ambientada en los años cincuenta y protagonizada por una pareja de adolescentes me fascinó. Inmediatamente me interesé por su autor hasta el punto de buscar en las librerías algún título más. Así llegué a su primera novela Aquí no, ahora no, que también había sido publicada ese mismo año por Akal, esta vez diez años después de su aparición en italiano. He de confesar que las emociones que me produjo esta ópera prima superaron con creces a las experimentadas con Tú, mío. Su estructura seguía las percepciones del narrador al observar unas viejas fotografías familiares y me recordó el inicio de Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir, una autora desgraciadamente poco leída en la actualidad. Pero esa es otra historia.
Desde el año 2000, y para deleite de los pocos lectores entre los que me encuentro, las obras de Erri De Luca han ido llegando al público español con normalidad. Hace tan sólo unas semanas apareció su última novela, Los peces no cierran los ojos, que aún debe estar por la mesa de novedades de más de una librería, tanto en la edición castellana de Siruela como en la valenciana de Bromera. Si antes me he referido al deleite de unos pocos ha sido porque, a pesar de los elogios de la crítica, este autor no deja de ser minoritario en nuestro país. Merecería muchos más lectores de los que cuenta en la actualidad, de verdad. Si consigo con este artículo que alguien acabe con libro suyo entre las manos, me daré por más que satisfecho; si encima le gusta y emociona, la dicha será más que plena. Será la leche.
Ex obrero de Fiat, albañil, camionero, fundador del movimiento revolucionario de extrema izquierda “Lotta Continua”, alpinista, traductor de la Biblia y escritor, Erri De Luca es una rara avis en el universo de las letras. Sus libros son escuetos, concisos, pero no por ello carentes de profundidad. Escritos con prosa austera, sin adornos, directa y elegante, nos abren una ventana a la vida, a la memoria, que en definitiva no deja de ser lo mismo. Pero no a la memoria como consuelo, como búsqueda del paraíso perdido, sino como experiencia, como fuente de conocimiento, como principio creativo. Una vuelta al pasado infantil y adolescente como punto de partida del aprendizaje vital, como fijador de experiencias y valores, siempre sin nostalgia. Una peculiar revisitación de la madalena de Proust en la que se cambia Combray por Nápoles y el Barón de Charlus por sabios zapateros, albañiles y pescadores.
La ficción construida a partir de la memoria de la adolescencia es el eje vertebrador de la novelística de Erri De Luca. La memoria de las vivencias sencillas en las que siempre aparece un adulto ajeno al entorno familiar ejerciendo el magisterio de la vida, de la Historia, de los valores. Unos maestros populares que aportan su experiencia, su lógica y su razón, para que el adolescente ficcionado que fue o aspiró a ser el escritor napolitano encuentre su camino. Así son el zapatero judío de Montedidio, el albañil tutilimundi de El día antes de la felicidad o el pescador de Los peces no cierran los ojos, todos ellos personajes lucanianos inolvidables.
Y todo en el Nápoles de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Una ciudad con las heridas abiertas por la guerra. Un paisaje urbano que funciona a la vez como contexto y pretexto. En sus calles se vive, se siente, se descubre un universo pobre pero sin marginalidad. Aquí no están los “ragazzi di vita” de Pasolini. El Napolés de Erri De Luca une lo público y lo privado en un todo único e indisoluble, al igual que el Nápoles que aflora en las novelas de Anna Maria Ortese, otra escritora también injustamente olvidada.
Bien es cierto que existe cierta similitud entre Nápoles y Valencia, no en balde ambas son ciudades marítimas de la Antigua Corona de Aragón. Por tanto, es obvio que ello pueda influir en mi fascinación por las novelas de este autor. Sin embargo, identificarse y emocionarse por una simple relación de espacio y tiempo me resulta una justificación demasiado simplista. Lo local es una manera de aproximarse a lo universal. De esta forma debemos entender a Erri De Luca. Un clásico que, como apostillaría Italo Calvino, se configura como equivalente del universo a semejanza de los antiguos talismanes. Cuando lo leáis, nos tomamos un café y hablamos.
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