Soy un lector intermitente de poesía. Por desgracia no
sigo muy de cerca todo lo que se publica, aunque intento estar al día de
algunos poetas, tanto en catalán como en castellano, y siempre me gusta tener un poemario cerca para ir
leyéndolo poco a poco, paladeándolo. Un poemario se debe leer poco a poco,
disfrutándolo, estirándolo en el tiempo. Conmoviéndose y reflexionando. Una
lectura de días, de semanas. Lectura larga
y sin fin. Lo demás es pasar lo ojos por
las letras, por las palabras sin ser nada.
Estas últimas semanas he sido voraz en lecturas poéticas,
aunque la poesía no se puede devorar. La
voracidad que hablo es en términos de lectura constante y reflexiva, lo que ha
anulado por unos días mi condición de lector intermitente de poemas. Ello se ha
debido a uno de los poemarios más bellos que he leído en los últimos tiempos: Donde
estuve, de Fernando Delgado,
publicado por la Fundación José Manuel
Lara. Un poemario intenso y profundo que se deja devorar. Un canto a la
libertad y a la vida. Una reflexión sobre el tiempo y la memoria, la vida y la
muerte, sobre la pérdida, pero también sobre la esperanza.
La memoria no es útil a los dioses,
tan
ajenos al paso de los tiempos,
como si por ellos no pasaran los días,
pues no
conocen la vejez,
que es lo que a mí me ocurre ahora,
cansado como estoy de mi
propia divinidad.
Poemas descriptivos, largos e intensos en los que la poesía
se muestra sin artificio, sin encorsetamientos. Poesía de la experiencia,
retazos de biografía – todo escritura es autobiográfica- en una búsqueda del yo
que se fue y que es, que tiene un efecto refractario en el lector. Poemas
sensuales a los que ayuda la evocación del paisaje y de la música. Ni siquiera
falta el grito, la protesta, la denuncia
ante la intolerancia y la falsedad, ante el abuso, la opresión o la eternidad:
¿Dura la eternidad hasta que llega,
implacable, el olvido?
Pues ni siquiera eso.
La vanidad del hombre lo lleva a construirse
las ciudades
eternas.
Y hasta Dios se ríe de su propia eternidad
habiendo conocido a
tantos dioses muertos.
Hubo dioses tenidos por eternos
de los que sólo
queda,
más que el recuerdo de su gloria,
el miedo atroz de quienes les
temieron.
Dividido en cuatro partes -Geografía íntima, Alas de
sombra, Mal de ojos, No es muda la muerte- y un epílogo, el resultado es un poemario tremendamente
unitario con algunas figuras como solución de continuidad (los ojos, los
pájaros, el mar), presentes en la poesía de Fernando Delgado y cargados de polisemia. Pero en este poemario tenemos sobre todo la palabra que, como dice en el
poema que sirve de introducción, “o es
palabra de honor o no es nada”.
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