Leo un estupendo artículo de opinión de Manuel Castell, publicado en La Vanguardia el pasado 1 de septiembre. Con un repaso a la reciente convención republicana en EE.UU. y unos certeros apuntes sobre la situación económica y social que vivimos, afirma Castell que la destrucción del estado del bienestar nos está conduciendo al asentamiento del estado del malestar. Ve la destrucción del estado del bienestar como algo universal, y hace incidencia en el programa de recortes de los republicanos estadounidenses.
Me da miedo la universalidad de la que habla el autor del artículo. Por aquello de la globalización y la sociedad de la comunicación, yo la circunscribiría a ciertos países desarrollados, porque seguimos sin dejar tocar bola al Tercer Mundo.
El malestar, según Castell, ha hecho que afloren nuevos movientos sociales encaminados a la creación de una nueva sociedad. Esto de que quieran cambiar el mundo no lo tengo yo muy claro, más bien veo resignación y cabreo ante la pérdida de status. Ya me gustaría vivir anhelos revolucionarios colectivos, pero el respetable está más por la labor de solventarse primero sus problemas individuales. Es lo que tiene de neutralizador el sistema. Escucho mucho lamento, veo muchos lametones a las propias llagas y pocas reacciones que no sean iluminadas. Tengo la percepción de estar como en el cuadro de Bruegel, ese en el que un ciego conduce a otros ciegos al hoyo.
Con lo que tienen de recurrentes las parábolas e imágenes bíblicas, contrapongo a los ciegos brueguelianos un flamante Saulo, en aquel momento viajante de comercio a comisión, cayéndose del caballo camino de Damasco -la de antes, claro-. Con el batacazo vío la luz. Tal vez los ciegos al caerse, recuperen la vista, se levanten y marquen otro camino venturoso. También podría ser que al recuperar la vista le hagan un corte de mangas a quien les han hecho caer en el hoyo como diciéndoles que te den, ahí te quedas, y a mí ya no me embaucas. Podría ser.
Me da miedo la universalidad de la que habla el autor del artículo. Por aquello de la globalización y la sociedad de la comunicación, yo la circunscribiría a ciertos países desarrollados, porque seguimos sin dejar tocar bola al Tercer Mundo.
El malestar, según Castell, ha hecho que afloren nuevos movientos sociales encaminados a la creación de una nueva sociedad. Esto de que quieran cambiar el mundo no lo tengo yo muy claro, más bien veo resignación y cabreo ante la pérdida de status. Ya me gustaría vivir anhelos revolucionarios colectivos, pero el respetable está más por la labor de solventarse primero sus problemas individuales. Es lo que tiene de neutralizador el sistema. Escucho mucho lamento, veo muchos lametones a las propias llagas y pocas reacciones que no sean iluminadas. Tengo la percepción de estar como en el cuadro de Bruegel, ese en el que un ciego conduce a otros ciegos al hoyo.
Con lo que tienen de recurrentes las parábolas e imágenes bíblicas, contrapongo a los ciegos brueguelianos un flamante Saulo, en aquel momento viajante de comercio a comisión, cayéndose del caballo camino de Damasco -la de antes, claro-. Con el batacazo vío la luz. Tal vez los ciegos al caerse, recuperen la vista, se levanten y marquen otro camino venturoso. También podría ser que al recuperar la vista le hagan un corte de mangas a quien les han hecho caer en el hoyo como diciéndoles que te den, ahí te quedas, y a mí ya no me embaucas. Podría ser.
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